La noche del 23 del setiembre vi como el Estadio Nacional era opacado por el espectáculo realizado en el Teatro Arnoldo Herrera en donde los estudiantes del Conservatorio Castella y sus profesores celebraron el 10º Festival Artístico que lleva el mismo nombre que dicha estructura.
Todas las coreografías contaron con la participación de estudiantes de distintos niveles y los conceptos de cada número asombraban a la audiencia con saltos y pasos elaborados, buena iluminación acorde a las emociones expresadas y el evidente esfuerzo de los organizadores por brindar calidad y dedicación.
Confieso que soy difícil de impresionar pero fui deleitado con la aparición de chamanes, malabaristas, bailarinas de ballet, payasos, lavanderas y hasta títeres, todos con sus conceptos e historias particulares pero unidas por la pasión persistente en cada individuo.
Más esto no se identifica únicamente en los alumnos, sino también en sus familiares y amigos en la audiencia, quienes, ante un error en el anuncio prematuro de una actuación y la apertura previa de las cortinas del escenario, no manifestaron ninguna muestra de desprecio (como chiflidos o quejas), solo mantuvieron la calma, apagaron sus cámaras digitales y dieron un ejemplo perfecto de la buena cultura que se genera a partir de estas actividades artísticas.
Esa noche la escarcha brilló más que las estrellas, las nubes se vieron opacadas por un telón que ocultaba jóvenes artistas mientras en el ambiente se sentía la dulce presencia de la danza en todos sus estilos y no se escucharon grillos en la oscura Sabana, repicaban sonidos de zapatillas de punta justo después de cada elegante salto, todo esto frente a padres y compañeros que celebraban 10 años de fiesta con numerosos aplausos después de cada acto.
